CARMEN RUIZ-TILVE miercoles, 30 de Mayo de 2007
Oviedo fue siempre ciudad de mucha capilla, y es posible que el primer edificio de la ciudad haya sido una capilla.
A lo largo y ancho de la ciudad salían al paso, hasta hace bien poco, infinidad de capillas, generalmente abiertas a la calle para favorecer a la gente la oración, la reflexión o el descanso en el camino.
Capillas hubo en Oviedo, muchas de ellas con origen en el Camino de Santiago, con variadas advocaciones, y de ellas la mayoría han desaparecido, incluso sin dejar rastro en la memoria o en el callejero. De entre ellas, recordamos la de San Lázaro, la de Los Remedios, y las de San Pedro, San José, San Bernabé, La Misericordia, Santa Susana, la de Villafría, dedicada a San José por ser particular de don José Longoria Carvajal, y la de las Hermanitas de los Pobres, por no mencionar la de la Cárcel. Todas pertenecían a asociaciones piadosas, excepto la mencionada de Longoria, y solían tener su fiesta.
Punto y aparte era y es la capilla de Nuestra Señora de la O o de La Balesquida, que anda estos días de fiesta mayor, manteniendo su martes. No se puede hablar de esa capilla sin recordar la de Santa Susana y la de Santa Ana de Mexide, de suerte desigual.
La capilla de La Balesquida, siempre en el lugar que ahora ocupa, surgida de la voluntad generosa de la fundadora, la franca ovetense doña Velasquita Giráldez, cambió varias veces su aspecto, cosa natural en tan larga vida, que se remonta al siglo XIII, con escritura fundacional de 1232. Bajo la advocación de la Virgen de la Esperanza mantiene fresco el espíritu que trajo hasta hoy a esta decana de las celebraciones populares, a medias entre lo religioso y lo asistencial y popular.
Siempre relacionada con la iglesia de San Tirso, a la que la Virgen es trasladada en procesión, plaza adelante ahora, Platería adelante antes, entre cirios y voladores, permanece allí en visita a la fundadora, enterrada allí, tal como reza en una placa, «Velasquita Giradles, fundadora del hospital y cofradía de su nombre. Yace al pie de esta columna. Murió año de 1232».
Durante la gira de su fiesta, los cofrades subían calle del Rosal arriba, y hacían parada en la llamada capilla del Buen Suceso, que antes de 1857 estaba atravesada en el medio de lo que hoy es calzada, en la parte alta, y desde esa fecha se trasladó a la calle de Santa Susana, abierta en 1858, por ser esa santa, de la que había cuadro, la del nombre de la esposa del benefactor, y allí era recibida la comitiva por el párroco de la extensa parroquia de San Pedro de los Arcos, camino de la capilla de Santa Ana de Mexide, en el desaparecido barrio de Vega, hasta donde seguía, siempre por camino cuesto, la procesión. Allí había, en la grande pradería, misa solemne y reparto de vino blanco «de pasado el monte» y pan con torrezno.
La capilla de Santa Ana sufrió abandono y desmemoria y acabó comida por la maleza, tal como atestiguan no pocas fotografías de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Fue la memoria y el afán de lucha de Joaquín Manzanares quien rescató, con el mismo cuerpo y alma que había tenido, esa capilla, asomada a un hermosísimo paisaje, meta de muchos paseantes, camino del Cristo de Aspra o de las Cadenas.
Poco le duró el sosiego, porque ahora, desde hace mucho ya sin fiesta del bollo, que tiene su solar en el Campo, la capilla, con su tejo y todo, anda amoriada, como de prestado, tal como la acabo de ver en el día de reflexión, en el que también ha de caber este pensamiento.
Por allí se han terminado los tiempos en los que Vega era naturaleza. La capilla, de aire aldeano, replegada en sí misma, establece duro contraste con su nuevo entorno disperso. Al aire de los cuatro puntos cardinales trepan los pisos y los jardines colgantes de Babilonia, flora doméstica que suple el ambiente verde natural que allí crecía confiado, y lleno de pájaros cantores, salpicados en este tiempo de amapolas. En un solar cercano a la capilla, antiguo prado, pasta un caballo blanco. A lo lejos, cantan los gallos. Llueve y el tejo guarda la memoria feliz del largo tiempo en el que a su alrededor se extendían los manteles de la fiesta, con la ciudad a lo lejos.
Algunas casas pequeñas, como la de «La muerte de un viajante», aguantan. De la clásica capilla del Cristo de las Cadenas o de Aspra nada se ve y solamente se adivina por el leve tañido de su campana, a la que hace contrapunto la de la nueva iglesia, que anda de estreno con un funeral, lo que demuestra que está viva.
Pasa un ciclista, armado hasta más arriba de las cejas con su equipo multicolor. El Aramo, tapado por la niebla, debe estar fuera, de largo fin de semana. .
CARMEN RUIZ-TILVE
Cronista Oficial de Oviedo
Cronista Oficial de Oviedo