Calle S.Francisco
Galiana
Acuarela de La ferrería
Carbayedo
Soportales de Avilés
Por Alberto del Río Legazpi
(se transcibe un reportaje de Elisa Campo, publicado en la Edición de Aviles, el domingo 2 de marzo de 2008)
Cuatro kilómetros bajo palio
Los soportales, que son el símbolo de Avilés según el investigador Alberto del Río, siguen vigentes en las edificaciones actuales y marcan una continuidad arquitectónica
E. Campo
Avilés tiene soportales como para disponer a lo largo de la playa de Salinas en trayecto de ida y vuelta. Nada menos que cuatro kilómetros de soportales -3.318 metros en el centro- tiene contabilizados el investigador Alberto del Río, que no duda en definir este elemento arquitectónico como el símbolo indiscutible de la ciudad. Se trata de un pórtico a manera de claustro que tienen las casas en las fachadas, y que constituye una auténtica calle bajo palio, resguardada de las inclemencias meteorológicas. Muchas otras villas del Norte utilizaron también este recurso, pero la virtud de Avilés es la de haber conservado gran parte de ellos y seguir empleándolos en la arquitectura de nueva planta.
La diversidad de soportales que pueden contemplarse en las calles avilesinas es muy amplia, aunque se pueden distinguir dos tipos fundamentales: el que emplea columnas o pilares que soportan directamente el piso superior del edificio, y el que utiliza arcos paralelos a la fachada. En ambos casos la cubierta es de techumbre plana, sin bóveda. A partir de ahí, la variedad es enorme: columnas con y sin capitel, con basa o sin ella, pilares de distintos materiales y múltiples dimensiones, apoyados o no en un muroÉ
El origen del soportal en la ciudad se pierde en la memoria. Los más antiguos, los anteriores al siglo XIX, son los que pertenecen a las calles Galiana, Rivero, Plaza de España, la Ferrería, Bances Candamo y Carbayedo. No obstante, dice Alberto del Río que posiblemente haya algunos, como parte de los de la calle Bances Candamo, que sean incluso anteriores al siglo XVII, siglo en el que Avilés se expandió fuera de la muralla y se abrieron las calles de Galiana y Rivero.
Galiana es, precisamente, el reino del soportal por excelencia, con una columnata de 252 metros. Un soportal que llega desde el mismo empate con San Francisco hasta la confluencia con Cervantes y continúa aún después, ya en la avenida de Portugal. Y que, como dice Alberto del Río, ha atrapado a todos los cineastas que grabaron en Avilés, desde Gonzalo Suárez o José Luis Garci hasta llegar al último ejemplo, el de Woody Allen.
Del siglo XIX son los soportales de la plaza de los Hermanos Orbón, característicos por su ligereza y elevación. También a ese siglo pertenecen los de San Francisco -que ofrece un muestrario de arquitectura modernista- , la plaza de Álvarez Acebal y la esquina de la plaza Pedro Menéndez y La Muralla, conocida como la del Colón, y que remite al estilo de Nueva Orleans.
Finalmente, ya en el siglo XX se construyeron nada menos que 612 metros de soportales en la manzana rodeada por la avenida San Agustín, Fuero de Avilés y Fernando Morán. Otros son los de la plaza de la Guitarra y los de El Atrio. «Hay lugares por los que transitas habitualmente y no te das cuenta de que son soportales. Hoy los constructores siguen manteniendo en Avilés la filosofía del soportal», dice Del Río. Los soportales no sólo se construyen de nueva factura, sino que también se recuperan las piezas antiguas en los casos de rehabilitación, como sucedió recientemente en la calle Rivero.
El soportal permitió, en una época en la que no había luz eléctrica, aprovechar al máximo la luz del exterior. Bajo sus techos se cobijaban los artesanos y vendedores, que podían de este modo hacer caso omiso de la lluvia. Según cuenta Del Río, calles como la de Galiana estaban exclusivamente bajo soportal: el resto, lo que hoy se conoce como calle, era simplemente el lugar de paso para el ganado. La doble pavimentación que existe bajo los soportales, de losas y cantos rodados, se ideó para permitir que los caballos pasaran sobre estos últimos. Hoy los soportales son espejo obligado de la memoria histórica de Avilés, objetivo de las cámaras fotográficas, laberinto para la imaginación y, como siempre, un paraguas oportuno contra el mal tiempo.
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