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Mi propósito es ir haciendo una pequeña agenda de mis recuerdos y mis vivencias.
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sábado, 31 de diciembre de 2011

CAFETERÍA "SAN REMO" (Oviedo)

La cafetería San Remo, en la avenida de Galicia.
La cafetería San Remo, en la avenida de Galicia. miki lópez

JAVIER CUERVO En los años sesenta cerraban los grandes cafés y abrían las pequeñas y medianas cafeterías. Traían otra forma de beber y charlar, ni tan sentada como el café de las tertulias de nunca acabar, ni tan vertical como el bar de a pie. La cafetería se definía por el taburete alto para culos de mal asiento algo acelerados por el desarrollismo.

En la avenida de Galicia, entre dos bares -la Gran Vía, esquina con la calle Asturias, y el Uni, casi en la plaza América- se instaló San Remo, entonces la primera en abrir, ahora la última en cerrar. En la zona se decía «bajar a Oviedo» hasta que Oviedo empezó a decir «subir a San Remo», y luego a Zoska, Oliver, Dickens (de arriba y de abajo), Don Mendo y, más tarde, El Rey del Café Irlandés. Su nombre es de cuando todavía Italia era un referente cultural: se veían sus películas, se oía su música, se soñaba su elegante veraneo. Después llegarían el genitivo sajón a poner la «'s» a los nombres de bares y tiendas y un «estilo inglés» de madera oscura.

Cuando abrió San Remo, las casadas todavía se asomaban al balcón porque la televisión emitía poco y porque sólo salían solas a misa y a la tienda. En la cafetería acabaron encontrando un sitio donde reunirse a otras horas que no eran la de las meriendas en los salones de las pastelerías. Con los años, algunas aprendieron a fumar dentro los cigarrillos que se echan ahora fuera. A las cafeterías, olor a café y mantequilla, barra, pinchos (tortilla, bonito con mayonesa, bonito con tomate, vegetal, triángulos de jamón y queso, medianoche), chocolate y churros, sándwich y platos combinados, se llevaba a los niños (Fanta-Mirinda) y a los adolescentes (Coca-Cola, Pepsi-Cola).

San Remo, más senior, bitter y cynar que las que le siguieron, atrajo a la primera generación de chicos y chicas que se daban dos besos al ser presentados. A principios de los setenta, a la hora del vermú, los pijos motorizados dejaban sobre la barra las llaves del coche aparcado en doble fila. Por la noche daban vueltas chirriantes a la plaza de América o practicaban el doble embrague alrededor del eterno solar de Telefónica (hoy «edificio inteligente» del Principado).

San Remo tenía de cafetería la entrada y las mesas del escaparate y se hacía más café en una sala posterior que se usaba, después de comer, para tertulias largas con tapete y dados y, más adelante, en los atardeceres de mediados de los setenta, para morreos de novios, si el ambiente era propicio. Vio el esplendor de la zona, alternativa a la ruta del vino de San Bernabé, más popular; su decadencia en los noventa y su reverdecer con el nuevo siglo. Vivió domingos de gloria cuando la noche dominical era practicable (hasta casi el final de los setenta, en que se desplazó la salida juvenil a los viernes) y los sábados de cuando los cines estaban en el centro de la ciudad y su antes y después de cada sesión marcaban el horario del ocio.

A principios de los ochenta San Remo se hizo más mañanero, cuando se asentaron por la zona (nacional, se decía) más servicios jurídicos, políticos, empresariales y sindicales.

San Remo cambió de dueños, de aspecto, de clientela y de estilo varias veces, pero mantuvo el nombre. Tardará en borrarse de la toponimia sentimental. Se seguirá quedando «donde San Remo» esté allí o no.

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