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miércoles, 11 de abril de 2012

MOREDA (ALLER)

La localidad más habitada de Aller, fuertemente castigada por el ocaso de la minería, reclama una mejora de los servicios y la calidad residencial como paso previo a la repoblación juvenil de la villa


el horizonte está pendiente. Manuel y Salvador Cañizares, éste antiguo trabajador del pozo San Antonio -cuyo castillete se aprecia a la derecha-, contemplan Moreda desde Moreda de Arriba, núcleo agrario original de la villa allerana. A la izquierda, el arranque de la silueta del Picu Moros. | fernando geijo

MARCOS PALICIO MOREDA (ALLER)
Un minero con la rodilla izquierda en tierra, de espaldas al que mira, está postrado delante de una lápida que ruega una oración por su alma con una inscripción alarmante: «R. I. P. minería asturiana, 1900-2006». El mural está colgado dentro de la marquesina de una parada de autobús, a la altura del número dieciséis de la avenida de la Constitución, delante de un chalé que interrumpe la continuidad de edificios de vivienda en altura en la travesía urbana del antiguo Corredor del Aller a su paso por el mismo centro de Moreda. La escena, acompañada con el refuerzo de un rótulo inquietante que augura «un futuro negro para Asturias», trata de explicar con toda crudeza, demasiada al decir de algún vecino, lo que ha pasado aquí desde que no están todas las respuestas bajo tierra. A lo mejor no es un detalle sin importancia la ubicación del cartel justo en este lugar donde los moredenses se sientan a esperar, aquí donde tal vez funcione la metáfora del pueblo a la expectativa, desorientado al salir de la mina, oteando el horizonte a ver si viene el siguiente autobús por si fuera el próximo al fin el suyo. Es otra forma de decir que aquí, en el mismo centro de la villa más poblada del concejo de Aller, el viejo corazón minero del valle bajo late de otra manera, menos, desde que el carbón ha dejado de tomar todas las decisiones. Eso viene a decir el picador arrodillado en el mural de la marquesina, eso mismo las vagonetas apiladas con las ruedas hacia arriba en el extremo de la parcela donde ya no se mueve el castillete del pozo San Antonio.

A Javier Vigil, el hostelero que tiene el negocio justo detrás de la parada, no le agrada por pesimista el mensaje apocalíptico que un día dejó ahí no recuerda qué sindicato minero. Él tendrá pronto un sonoro acompañamiento en la certeza de que el camino al salir del pozo indica hacia el concepto difuso de la calidad de vida, hacia los servicios para retener población y detener el quebranto demográfico que sin salir de este siglo ha cambiado más de 3.000 habitantes por unos pocos más de 2.600. Moreda, núcleo urbano trazado al paso del Corredor y el curso bajo del río Aller, centro minero con el castillete todavía dibujado al fondo de cualquier perspectiva de la villa, es hoy una secuela del aluvión que trajo y de las esperanzas que se llevó la burbuja minera del siglo pasado. La capacidad atractiva que esta villa de servicios ejerce sobre su alrededor agrario no logra compensar el éxodo juvenil, la huida por la falta de expectativa, la competencia residencial del valle del Caudal y de todo el centro próximo de la Asturias metropolitana. Eso dicen los que confirman desde dentro que de aquí «la juventud se marcha porque no encuentra alicientes», que a lo mejor asoma la necesidad de resignarse a la perspectiva de la ciudad dormitorio pero que para eso, sentencia Vigil, «hace falta que el pueblo esté guapo» y que guapo es aquí bien servido, con un buen comercio, equipamientos adecuados y un sistema mejor de comunicaciones...»

Este bajo Aller, encabezado por la continuidad urbana que borró las fronteras entre Caborana, Moreda y Oyanco, capitaliza la pérdida demográfica del concejo, porcentualmente el que más se ha despoblado de los cinco de las cuencas mineras asturianas desde el comienzo del tercer milenio. El ocaso minero ha concentrado el grueso de la merma del municipio más aquí que en el curso alto, libre de explotaciones hulleras. Por eso urge la exploración de caminos nuevos en la superficie. De ahí que José Víctor Canal, ex presidente de Los Humanitarios de San Martín y componente del consejo de redacción de la revista «Estaferia ayerana», se detenga a contemplar el Picu Moros, vigía eterno de Moreda, su cresta triangular de 716 metros asomando por encima de los edificios cimentados a trescientos, y afine así su definición de la calidad de vida en la versión del valle bajo del Aller. Encajonado entre montañas a la vera del río, la vecindad de la naturaleza es un factor indiscutible de la buena vida urbana que a lo mejor puede llegar a ofrecer la villa, pero «no supimos vender lo que tenemos, y seguimos sin saber». El lamento de Canal explica de refilón por qué no cundió el ejemplo de su decisión de quedarse a vivir aquí aquella vez que tuvo la oportunidad de mudarse a Oviedo. Mirando a su alrededor, confirma los motivos que le impulsan hacia la sensación de que esto tiene venta como entorno residencial agradable y próximo a los grandes viveros de empleo del centro de Asturias. «Estamos a veinte kilómetros del eje central de Asturias y en estos tiempos no podemos pretender encontrar un trabajo a menos de veinte kilómetros de casa. Por eso habría que tratar de vender Moreda», dice, «como un lugar con una gran facilidad para vivir y una potencialidad muy grande: al asomarte a la ventana aquí encuentras el río y el monte, y a un paso el puerto y la nieve... En un gran conglomerado de pisos no ves más que hormigón». Es en este punto que Javier Vigil pregunta «para qué» cuando escucha que alguien pide parques. «Para qué», persevera, «si te asomas a cualquier parte y ves el verde» del monte, por qué no se ve fuera lo que se hace evidente desde dentro, que encima estás cerca y «en una hora te sobra para ir y volver a Gijón». Canal ensalza la atención médica y educativa, más personal aquí que en la gran ciudad, y cierta vitalidad comercial. Y habla delante del centro cultural, un edificio recién reconstruido con una fachada vegetal y otra entera de madera, encajado en la barriada minera y anexo al teatro-cine Carmen.

Esa es la postal bonita. La menos atractiva se percibe en una vuelta por el centro sin encontrar dónde aparcar. O en Sotiello, donde Moreda se junta con Caborana y se ve la obra sin final del colegio de la villa y la indefinición de los terrenos previstos hace tiempo como bulevar y área de servicios comunes para las dos poblaciones. O en la esquina de la avenida de la Constitución con la calle Conde de Guadalhorce, delante de un edificio amarillo de dos plantas, grande, con escudo en el centro de la fachada, el antiguo cuartel de la Guardia Civil sin uso. O en los terrenos del pozo San Antonio, que paró en 2003 y espera un destino nuevo... «Hay pequeños detalles que habría que madurar», vuelve Canal. «También las comunicaciones y los atascos demasiado frecuentes en el nudo de Ujo», la salida donde el Corredor del Aller entronca con la autopista a Oviedo y a la Meseta; «el problema grave del argayu de Caborana», que lleva cerca de un año cortando un carril, «la carretera a Cabañaquinta» y su obra detenida de Corigos hacia arriba... Al grito de más madera, o de más Moreda, la solicitud se rellena con mejores servicios, la propuesta de un acuerdo entre ayuntamientos para traer hasta aquí el autobús urbano de Mieres -que ahora muere en el límite de los dos concejos-, tal vez vivienda más barata para competir en circunstancias menos desfavorables con las villas mejor comunicadas de Mieres y Lena, y seguramente más alternativas de ocio. «Una madre», sentencia Guillermo Lorenzo, escritor y presidente de la sociedad del Casino, «no puede vivir en un concejo de donde se le escapan los hijos de viernes a domingo».

«Falta un estudio real donde se precise qué somos y qué queremos ser, si una ciudad dormitorio o más bien una villa que puede pensar también en lanzarse a la creación de algún tipo de tejido empresarial, pero en cualquiera de los dos casos hay que darle a la población servicios». Es Esperanza del Fueyo, que preside en Moreda Los Humanitarios de San Martín, la sociedad que lleva en el nombre su origen filantrópico y solidario, que es mucho más que una fiesta de noviembre y asume una labor de catalizador social que da una atalaya desde donde observar con cierta precisión el instante que ha congelado la fotografía de la población más habitada de Aller en los albores del siglo XXI. A ella le asalta pronto la sensación de que aquel valor de la geografía privilegiada colisiona pronto con una dotación «de servicios mínimos que influyen a la hora de afrontar la tarea de asentar población en la villa». Surge, dice, un problema sustancial al invitar a pasar a las familias con hijos. «Hay que pensar en una Moreda joven, pero para que una pareja con hijos pueda ver en esta villa ese sitio ideal para vivir hay que equiparlo mejor», afirma la presidenta de Los Humanitarios. Y volverán a decir que sigue faltando el colegio, y por ejemplo también una piscina, «o una ludoteca y una guardería», o un polideportivo distinto a ese amarillo de Sotiello que lleva el nombre de Antonio Vázquez Megido, arquero allerano campeón olímpico, y que según la protesta de Mayte Arias, componente de la Asociación Sociocultural Picu Moros, «se está cayendo a cachos». La sociedad organiza fiestas, las del Carmen, «y se llenan de juventud». «¿Dónde están el resto del año?», se pregunta Ana María Quirós, pequeña empresaria en la villa y directiva del colectivo. Habrá quien señale al edificio que fue plaza de abastos, a un lado de la plaza del «campu», o de la iglesia, que el tiempo y la evolución de la villa han transformado en Hogar del Jubilado. Eso a lo mejor da una pista sobre el rumbo que ha tomado la población de Moreda en las décadas que han transcurrido desde que comenzó el ocaso minero.

Las obras del nuevo centro educativo moredense tienen a la vista, por fuera, el edificio gris que será colegio y a su lado la pista polideportiva cubierta, pero la inquietud del vecindario sube cuando las solicitudes de matrícula para el próximo curso siguen enviando niños a Caborana el Gobierno del Principado anuncia que la prórroga presupuestaria deja en el aire la financiación para finalizar las obras. El Ayuntamiento de Aller ha urgido a la Consejería de Educación a buscar las fórmulas para que el colegio pueda inaugurarse el próximo curso.

La zona urbana que conecta Moreda con Caborana tiene además de colegio en obras e instituto un viejo polideportivo, viviendas sociales y residencia geriátrica pendiente de apertura, pero también algún solar vacío y un edificio en ruinas. Hay aquí quien habría incrementado el uso de esta zona como espacio de equipamientos comunes compartidos, como acelerador de la unión efectiva entre las dos poblaciones.

Desatar el de Ujo (Mieres), el entronque demasiado frecuentemente atascado del Corredor del Aller con la autopista A-66, encabeza algunas de las propuestas de mejora de comunicaciones, esencial al decir del vecindario moredense para cumplir el objetivo de transformar esta Moreda de demografía declinante en una villa atractiva sobre todo para familias jóvenes con descendencia. También dura demasiado el argayo que corta un carril de la carretera en Caborana desde hace casi dos años o la obra de la prolongación del Corredor hacia el Sur, entre Corigos y Cabañaquinta, en el camino hacia el puerto de San Isidro y las estaciones de esquí.

El San Antonio, parado desde 2003, está protegido, igual que la parcela que ocupa junto al cementerio y el tanatorio de Moreda. Es uno de esos «activos ociosos» que esperan un uso capaz de sumar servicios para esta villa que tal vez espera seguir remolcada, ahora de otro modo, desde el castillete de su viejo pozo minero.

También hay en Moreda vecinos que no olvidan un proyecto de aparcamiento subterráneo bajo la plaza de la iglesia que podría haber solucionado uno de esos problemas que a veces hace que «la gente deje de venir», apunta Esperanza del Fueyo, presidenta de Los Humanitarios de San Martín. Cuando se reformó el espacio, el Ayuntamiento acabó por desechar esa posibilidad por falta de recursos propios y de una empresa privada con interés.

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