pliegos de cordel
Mercados y faltriqueras
El Fontán surgió de las aguas de una charca desecada en 1559 y sustituida por una fuente
Mercados y faltriqueras
MULTIMEDIA
CARMEN RUIZ-TILVE CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO Diluvian sobre nuestras cabezas palabras y más palabras, unas nuevas para el pueblo llano, otras cargadas de nuevos significados que enturbian de forma creciente y deliberada nuestra capacidad de comprensión, sometidos como estamos, pobres de nosotros, a un movimiento telúrico que no cesa.
Entre las palabras de siempre que se repiten ahora constantemente está «mercado», y creíamos que sabíamos lo que era un mercado y resulta que no.
En Oviedo al pensar en mercado, que para la Academia, en primera acepción, es «contratación pública en paraje destinado al efecto y en día señalado», pensamos en el Fontán, aunque no es ni sombra de lo que fue.
El Fontán, como Venus, surgió de las aguas, de las aguas de la charca que a golpe de ferrada de los ovetenses se convirtió en suelo fértil en el que se cultiva dinero desde hace siglos, porque cualquier cosa vendible que se plante en el santo suelo del Fontán se vende bien y da ganancia, incluso ahora, con el mercado venido a menos y la mercancía también.
Documentada la zona desde el siglo XIII, en 1559 «mandan pregonar el remate de las obras de desecación del Fontán, hasta cubrir su hondura, a causa de las enfermedades que producía al vecindario, y peligros que había, por haberse ahogado allí algunas personas y cabalgaduras; en cuyo sitio que en lo antiguo fue heredad de las religiosas de Santa María de La Vega o de otras personas, se construirá una fuente y lavadero, y otras cosas para el servicio de la ciudad».
El milagroso suelo del Fontán fue muy cuidado en otro tiempo, y copiamos el informe de Coello para una segunda reforma del cuadrilátero, en pleno siglo XIX:
«1.º Que la obra ha de hacerse con entera sujeción al plano presentado.
»2.º Que para que esto tenga efecto el arquitecto de la ciudad ha de tener en la obra la intervención necesaria.
»3.º Que antes de dar comienzo la obra se reconozca el cimiento de las columnas y fortificarla si no tiene la solidez necesaria.
»4.º Que la balaustrada se ha de poner lo mismo en los cuatro frentes de la plaza que en los cuatro del mercado.
»5.º Que la balaustrada ha de ser de hierro fundido o dulce y de una forma elegante.
»6.º Que el frente del piso principal y el del sotabanco de las casas han de revocarse de una tinta suave y uniforme en la parte que mira a la plaza; en la que mira al patio quedará en blanco.
»7.º Que en todas las casas se ha de pintar de un solo color de cantería al temple las columnas y los huecos de las puertas y al óleo, también imitando cantería, las impostas, los alares, las pilastras y el sotabanco de la balaustrada. Todas las puertas de las vidrieras se pintarán uniformemente de porcelana al óleo.
»8.º Cada dueño ha de embaldosar de losa la parte que corresponde a su casa, en la galería de la plaza y el patio.
»5 de noviembre de 1852».
Basta una mirada a las edificaciones actuales para darse cuenta de que no sólo la mano del tiempo sino también las del hombre alteraron el proyecto hasta su estado actual.
Pero ahora los mercados no son esto, sino unos monstruos de mil cabezas que se agazapan en el averno con el afán de beneficiarse de nuestras pobres faltriqueras ahora que ya no hay aldeanas que las escamoteen con sus pobres cuartos debajo de la saya.
Entre las palabras de siempre que se repiten ahora constantemente está «mercado», y creíamos que sabíamos lo que era un mercado y resulta que no.
En Oviedo al pensar en mercado, que para la Academia, en primera acepción, es «contratación pública en paraje destinado al efecto y en día señalado», pensamos en el Fontán, aunque no es ni sombra de lo que fue.
El Fontán, como Venus, surgió de las aguas, de las aguas de la charca que a golpe de ferrada de los ovetenses se convirtió en suelo fértil en el que se cultiva dinero desde hace siglos, porque cualquier cosa vendible que se plante en el santo suelo del Fontán se vende bien y da ganancia, incluso ahora, con el mercado venido a menos y la mercancía también.
Documentada la zona desde el siglo XIII, en 1559 «mandan pregonar el remate de las obras de desecación del Fontán, hasta cubrir su hondura, a causa de las enfermedades que producía al vecindario, y peligros que había, por haberse ahogado allí algunas personas y cabalgaduras; en cuyo sitio que en lo antiguo fue heredad de las religiosas de Santa María de La Vega o de otras personas, se construirá una fuente y lavadero, y otras cosas para el servicio de la ciudad».
El milagroso suelo del Fontán fue muy cuidado en otro tiempo, y copiamos el informe de Coello para una segunda reforma del cuadrilátero, en pleno siglo XIX:
«1.º Que la obra ha de hacerse con entera sujeción al plano presentado.
»2.º Que para que esto tenga efecto el arquitecto de la ciudad ha de tener en la obra la intervención necesaria.
»3.º Que antes de dar comienzo la obra se reconozca el cimiento de las columnas y fortificarla si no tiene la solidez necesaria.
»4.º Que la balaustrada se ha de poner lo mismo en los cuatro frentes de la plaza que en los cuatro del mercado.
»5.º Que la balaustrada ha de ser de hierro fundido o dulce y de una forma elegante.
»6.º Que el frente del piso principal y el del sotabanco de las casas han de revocarse de una tinta suave y uniforme en la parte que mira a la plaza; en la que mira al patio quedará en blanco.
»7.º Que en todas las casas se ha de pintar de un solo color de cantería al temple las columnas y los huecos de las puertas y al óleo, también imitando cantería, las impostas, los alares, las pilastras y el sotabanco de la balaustrada. Todas las puertas de las vidrieras se pintarán uniformemente de porcelana al óleo.
»8.º Cada dueño ha de embaldosar de losa la parte que corresponde a su casa, en la galería de la plaza y el patio.
»5 de noviembre de 1852».
Basta una mirada a las edificaciones actuales para darse cuenta de que no sólo la mano del tiempo sino también las del hombre alteraron el proyecto hasta su estado actual.
Pero ahora los mercados no son esto, sino unos monstruos de mil cabezas que se agazapan en el averno con el afán de beneficiarse de nuestras pobres faltriqueras ahora que ya no hay aldeanas que las escamoteen con sus pobres cuartos debajo de la saya.
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