Marcial colgó la bata
El conocido catedrático de Matemáticas del Alfonso II se jubila
con nostalgia de toda una vida dedicada a la enseñanza
Marcial Fernández, durante su última clase, el pasado día 22, en el Alfonso II. lne
Ángel FIDALGO
Marcial Fernández Álvarez (La Foz de Morcín, 1941) dio su última clase en el Instituto Alfonso II como catedrático de Matemáticas la semana pasada. En Oviedo es toda una institución y una persona especialmente querida por los valores que representa, girando la mayoría de ellos en torno a la amistad y a la generosidad.
Su vinculación con Oviedo viene de antiguo, cuando llegó primero como interno al Colegio Auseva y después en el de los Dominicos. Después llegó la etapa universitaria y se licenció en Geológicas, mientras residía en el Colegio Mayor San Gregorio, en el que, con el paso de los años, impulsó la asociación de antiguos alumnos.
«Después tuve la gran suerte de conocer a mi mujer, Berta Méndez Álvarez, ya fallecida, y que me dio dos hijos maravillosos de los que estoy orgulloso, Marcial y Sara, y que me inculcó el amor por las matemáticas», recordó emocionado.
A la primera oposición a agregado de instituto fue a Santiago de Compostela, junto al ex presidente del Principado Vicente Álvarez Areces, que, por cierto, la boicoteó porque no estaba de acuerdo con el sistema, y lo hizo con éxito, porque se suspendió. Las siguientes fueron en Oviedo, donde su mujer sacó el número uno y Marcial, algunos más atrás. La cátedra la sacó en Madrid, «gracias a mi mujer, que me enseñó todo lo que sé, y que había muerto unos meses antes».
Asegura que se jubila con la ilusión del primer día, que si naciera de nuevo volvería a ser profesor y que el Alfonso II será siempre su segunda casa.
¿Y los alumnos? De todos ellos sólo guarda buenos recuerdos, aunque reconoce que con el paso de los años evolucionaron mucho. De la férrea disciplina del inicio de los años setenta se pasó a una forma más relajada de entender la enseñanza, que los últimos cursos impartió a alumnos de distintas nacionalidades y creencias, «pero todos ellos aportan cosas positivas a sus compañeros, con los que comparten experiencias».
Comenta, con su típico humor, que antes los alumnos eran de Oviedo, Morcín y Olloniego, mientras que los de ahora proceden de China, de Argelia o de Marruecos, y naturalmente de la ciudad.
Aunque reconoce que cuando comenzó a dar clase sus alumnos eran más disciplinados y estudiosos, quiere dejar claro que ahora también los hay y que los valores de compañerismo son muchos.
¿Un alumno que recuerda por algo especial? «La Princesa Letizia, que le di clase en primero de BUP, que destacaba por ser muy trabajadora». La personalidad campechana y cercana de su profesor le hizo mella y, de hecho, cada vez que viene a Oviedo rompe el protocolo para saludarlo de forma cariñosa.
También recordó Marcial que dio clase a tres generaciones de una misma familia, la de la autoescuela Sariego. Los que fueron sus alumnos lo recuerdan con afecto y aseguran que nunca dejó a nadie tirado en la estacada.
Ahora dedicará su tiempo libre a seguir rindiendo culto a la amistad y a su querido San Gregorio, para el que ya está cavilando alguna actividad para motivar en su afán de superación a los residentes, y, cómo no, a su querido Morcín, en el que siempre está presente en todas las actividades que se organizan.
Marcial, que por encima de todo es un gran tipo, colgó ya la bata blanca y lo hizo con nostalgia.
Marcial Fernández Álvarez (La Foz de Morcín, 1941) dio su última clase en el Instituto Alfonso II como catedrático de Matemáticas la semana pasada. En Oviedo es toda una institución y una persona especialmente querida por los valores que representa, girando la mayoría de ellos en torno a la amistad y a la generosidad.
Su vinculación con Oviedo viene de antiguo, cuando llegó primero como interno al Colegio Auseva y después en el de los Dominicos. Después llegó la etapa universitaria y se licenció en Geológicas, mientras residía en el Colegio Mayor San Gregorio, en el que, con el paso de los años, impulsó la asociación de antiguos alumnos.
«Después tuve la gran suerte de conocer a mi mujer, Berta Méndez Álvarez, ya fallecida, y que me dio dos hijos maravillosos de los que estoy orgulloso, Marcial y Sara, y que me inculcó el amor por las matemáticas», recordó emocionado.
A la primera oposición a agregado de instituto fue a Santiago de Compostela, junto al ex presidente del Principado Vicente Álvarez Areces, que, por cierto, la boicoteó porque no estaba de acuerdo con el sistema, y lo hizo con éxito, porque se suspendió. Las siguientes fueron en Oviedo, donde su mujer sacó el número uno y Marcial, algunos más atrás. La cátedra la sacó en Madrid, «gracias a mi mujer, que me enseñó todo lo que sé, y que había muerto unos meses antes».
Asegura que se jubila con la ilusión del primer día, que si naciera de nuevo volvería a ser profesor y que el Alfonso II será siempre su segunda casa.
¿Y los alumnos? De todos ellos sólo guarda buenos recuerdos, aunque reconoce que con el paso de los años evolucionaron mucho. De la férrea disciplina del inicio de los años setenta se pasó a una forma más relajada de entender la enseñanza, que los últimos cursos impartió a alumnos de distintas nacionalidades y creencias, «pero todos ellos aportan cosas positivas a sus compañeros, con los que comparten experiencias».
Comenta, con su típico humor, que antes los alumnos eran de Oviedo, Morcín y Olloniego, mientras que los de ahora proceden de China, de Argelia o de Marruecos, y naturalmente de la ciudad.
Aunque reconoce que cuando comenzó a dar clase sus alumnos eran más disciplinados y estudiosos, quiere dejar claro que ahora también los hay y que los valores de compañerismo son muchos.
¿Un alumno que recuerda por algo especial? «La Princesa Letizia, que le di clase en primero de BUP, que destacaba por ser muy trabajadora». La personalidad campechana y cercana de su profesor le hizo mella y, de hecho, cada vez que viene a Oviedo rompe el protocolo para saludarlo de forma cariñosa.
También recordó Marcial que dio clase a tres generaciones de una misma familia, la de la autoescuela Sariego. Los que fueron sus alumnos lo recuerdan con afecto y aseguran que nunca dejó a nadie tirado en la estacada.
Ahora dedicará su tiempo libre a seguir rindiendo culto a la amistad y a su querido San Gregorio, para el que ya está cavilando alguna actividad para motivar en su afán de superación a los residentes, y, cómo no, a su querido Morcín, en el que siempre está presente en todas las actividades que se organizan.
Marcial, que por encima de todo es un gran tipo, colgó ya la bata blanca y lo hizo con nostalgia.
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